El sábado 27 de junio del 2015, estuvimos de visita en Ocoa, mi adorado pueblo, con un grupo de comunicadores de esta ciudad de La Romana. Visitamos
el pequeño museo del Padre Luís Quinn, algo que me trajo tantos recuerdos de adolescencia,
de la cual, pasé la mayor parte al lado del Padre Luís.
Sotanas que usaba el padre Luis |
Había rústicos aperos de trabajo,
los micrófonos que usaba en la iglesia, un viejo mimeógrafo, que se usaba para emitir
los boletines de la iglesia. También un viejo fax y decenas de placas de
reconocimiento a su labor, además de varios pergaminos.
Vi, las dos viejas mecedoras en la que nos sentábamos de
vez en cuando; esas mecedoras eran sus amores, varias veces trataron de cambiárselas
por dos nuevas y siempre se negó.
Vimos el humilde comedor desde donde Sarita, la sempiterna sacristana y cuidadora del padre, tocaba la campanita para avisar que la comida estaba lista, las pocas veces que Luís estaba ahí, a esa hora, regularmente estaba en el campo, al lado de sus hombres del campo.
Vimos el humilde comedor desde donde Sarita, la sempiterna sacristana y cuidadora del padre, tocaba la campanita para avisar que la comida estaba lista, las pocas veces que Luís estaba ahí, a esa hora, regularmente estaba en el campo, al lado de sus hombres del campo.
La guitarra del Padre Luis, que tanto usé para tocar en el coro de la iglesia |
El autor,en una de las limpias calles de SanJosé de Ocoa |
Como es costumbre en estos tiempos ver las ciudades sucias, en
tono de broma, pero sabiendo lo que había, les dije a mis compañeros que si
veían algún vertedero o alguna basura en las calles, yo me la iba a comer. Me
las jugué, y gané, las calles del pueblo parecían espejos.
La impresión que se
llevaron de mi terruño querido fue la mejor, pues no habían visto un pueblo más
limpio que San José de Ocoa. Fuimos a Sabana Larga y también estaba bien limpio,
razón de sobra, para felicitar a los alcaldes de ambas comunidades.
Nos sentamos en largos bancos alrededor de la glorieta del
parque, lugar donde tantas retretas tocó la banda municipal de música de la que
yo formaba parte. Me dio una gran pena al saber que, la banda municipal ya no estaba
tocando la retreta los domingos como siempre se hizo; eso sí que me calentó
las orejas, porque la retreta es cultura y eso no puede ser abandonado. ¿Por qué?
Eso lo he de averiguar.
N es posible que a un pueblo se le despoje de sus
tradiciones, si hay algo importante para los pueblos es la música y conservar sus
tradiciones. No se puede cambiar la cultura por la chabacanería y el populismo.
Nadie me supo decir el porqué de ese gran despropósito. Creo que el
ayuntamiento, si está por hacer las cosas bien, debe dar explicación sobre este
asunto. No busco fuñir la paciencia, solo deseo que retorne la música al parque
los domingos.
Ocoa es un pueblo de mucha tradición musical, que conservó
por tantas décadas su tradición musical que, dicho sea de paso, esa tradición
se ha perdido ya en la mayoría de los pueblos del país, fruto de la chabacanería
que se oye ahora y a la desidia de los ayuntamientos.
Donde mis amigos quedaron maravillados, fue con el balneario
Rancho Francisco; qué hermosura, cuánta belleza natural, bellas y cómodas
cabañas, un área VIP con piscina, aparte de la bella y cristalina piscina para
adultos, al lado hay otra para niños.
Asombró a los visitantes que, el agua que alimenta la piscina, viene directamente de un arroyito natural que, luego de pasar por encima de la alberca, sigue su curso harta desembocar en el Río Ocoa, trescientos metros más abajo. ¡Maravilloso!
Asombró a los visitantes que, el agua que alimenta la piscina, viene directamente de un arroyito natural que, luego de pasar por encima de la alberca, sigue su curso harta desembocar en el Río Ocoa, trescientos metros más abajo. ¡Maravilloso!
El que no ha ido nunca al Rancho Francisco, en San José de
Ocoa, no sabe lo que se está perdiendo. Es un lugar paradisíaco apto para toda
la familia. Posee, una típica y amplia terraza, salón de baile, y hasta cancha
de baloncesto.
Como dije, el Río Ocoa le bordea a solos unos cuantos metros por el lado Sur. Los precios son únicos, por lo que, pasarse un fin de semana con la familia en ese paraíso, sale por cheles.
Como dije, el Río Ocoa le bordea a solos unos cuantos metros por el lado Sur. Los precios son únicos, por lo que, pasarse un fin de semana con la familia en ese paraíso, sale por cheles.
Luis Armando, Esther y Rafelín |
No puedo dejar de mencionar al restaurante Mabel.
¡Ofrézcome! Qué sazón y qué finas atenciones. Un rico chivo guisado "A lo
Mabel" que fue servido en un bufét, dejó a los "muchachos"
relamiéndose los dedos. Prometieron volver, pero como decimos los dominicanos, “De
un día pa’otro”.
Felicito a Mabel, una mujer ocoeña que, haciendo de tripas
corazón, logró convertir la marquesina de su casa en un restaurante exitoso. La
puerta de entrada y las Paredes del restaurante, están revestidas de troncos rústicos, pero muy
bien tratados para lograr el brillo que lo hace más vistoso, sin perder su
rusticidad.
En ese proyecto de éxito, Mabel fue asesorada y ayudada por
Frondesjo, oficina que es dirigida por el dinámico Rafael Read, y que tantos
logros ha tenido. A solo dos meses de ser instalado, el restaurante, ya tiene
su público.
Glorieta del parque Libertad de Ocoa |
Mientras nos encontrábamos en el parque frente a la
glorieta, se nos apareció Franklin Pimentel, al que, cariñosamente, le llamamos
Pipito; un joven acomodado y trabajador como todos en su familia, quien deleitó
a los “muchachos” con su hilarante conversación, cargada de ese sazón que caracteriza
al ocoeño en su hablar.
Hace tiempo que yo tenía deseos de ver a ese “maldito
loco”. Miembro de la familia más “chusca” (Léase relajaos) del pueblo, donde
la mayoría son, además, músicos.
Luis Armando y Borromé |
Por último, quiero darles las gracias, en nombre de mis
compañeros comunicadores, a mi viejo amigo Rafael (Rafelín) Read y a su esposa
Esther, por las exquisitas atenciones que nos brindaron. Ambos las hicieron de
guías.
Los "muchachos" del grupo, se han ido en elogios para estos
dos proactivos jóvenes, que siempre estuvieron atentos a la mínima de las exigencias
de los visitantes, dejando en ellos la más grata satisfacción, además de darnos todas las explicaciones requeridas de
en los lugares visitados. ¡Gracias, Rafelín, gracias Esther.
Cuando vean al hombre de la arepa, me lo saludan. Compré
dos, enteras. ¡Diablos, qué “jartura” de arepa de maíz tierno me di en mi casa,
cuando llegué a La Romana!
¡UFF!
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