sábado, 14 de marzo de 2020

EL ABORRECIMIENTO GENERALIZADO DEL PUEBLO A UNA TRULLA DE PERVERSOS


Por Henry Osvaldo Tejeda.
El país ha llegado a un extremo tal en su aborrecimiento y hastío de vida hacia los señores que están en el poder que, ya he escuchado a varias personas decir que al país, no le vendría mal que ocho o diez de los más altos funcionarios del gobierno sean visitados por una tenebrosa Doña que se ha puesto de moda en estos ´últimos días en todo el mundo, una tal Corona de apellido Virus, cuyo  nombre artístico es Covid-19. 
A una de esas personas, específicamente, un ama de casa* y de reconocida inclinación religiosa, fue a quien le escuché cuando amargamente, hizo ese comentario, y puedo jurar que  yo no sabía que entre personas tan religiosas, el hartazgo causado por el daño que le causado un grupo de fascinerosos, fuera capaz de que ella dejara de lado su jesucristismo. ¡Ofrézcome carajo! se me armó la del perro bolo en el juicio, acabo de inventar la palabra jesucristismo, a Don Castellano le deben estar dando unos dolorosos retortijones por mi culpa tan pronto escribí ese nombre. 

Pero, ¿desearle la muerte a sus semejantes? Bueno, cuando le eché en cara que según sus creencias religiosas, de que ella no debería desear el mal a sus semejantes porque además de ser un pecado,  lo que ella le deseba a los demás podría recaerle encima a ella misma, y que por tanto,  no debía ni siquiera pensar en querer la muerte a sus semejantes. Eso le dije, a manera de crítica.  La respuesta que me dio me sorprendió, porque creí que iba a hacer votos de arrepentimiento ante mí, pero me salió con algo tan  contundente que hasta me asustó pero que también me gustó, y mucho mejor aún, hasta me convenció de que, a veces, hay que despojarse de tanto romanticismo religioso, cerrando los ojos para mandar la candidez al mismo diablo. Todo eso fue lo que pensé cuando ella me dijo: 
_ Tú lo has dicho bien, no se le debe desear  la muerte a nuestros semejantes. Al decir esto, bajó la cabeza al parecer con un gesto de arrepentimiento. Al menos, eso fue lo que pensé en ese momento y hasta creí  que realmente estaba arrepentida; que iba a recular con respecto a lo que me había dicho; pero na da de eso pasó, porque  ahora levantó la cabeza con gesto de fiereza y casi gritando dijo:
_ ¡Pero coño! Es que esos hijo´e putas y satánicos  delincuentes no son mis semejantes; ellos no se parecen en nada a mi, y yo, mucho menos me parezco a ellos. Yo no soy ladrona, y ellos sí.  ¿Cuándo me has visto con una cuenta de banco repleta de millones de pesos y dólares con dinero robado del presupuesto nacional? ¿Cuándo me has visto rodeada de ladrones? Yo ando por la vida sin hacerle daño a nadie, y esos malditos delincuentes no han hecho otra cosa que traer infelicidad y miseria, dañando a tantos millones de personas; a tantos millones de infelices que, luego de pasarse trabajando toda una vida, y que les llega la hora en la que no pueden  trabajar más, y creen que se retirarán a descansar tranquilos, pero lo que hacen es morirse de repente por no tener un simple medicamento  a mano en un hospital, porque el dinero que estaba destinado en el presupuesto nacional para comprar esos medicamentos, fueron a parar a las cuentas bancarias de esos malandrines que tú me dices que son dizque mis semejantes. ¡Que se vayan a la mierda, carajo! Ahora te toca a ti, dime ahora si son mis semejantes ¡Anda, dime en qué nos parecemos! ¿Aún sigues pensando que son mis semejantes?

Al ver esta explosión  verbal salida de lo más profundo del ser de esa señora, hasta me asusté, porque pensé que, ese señora, es solo una de los millones de dominicanos que piensan lo mismo que ella, y que son bujías que con cualquier chispita, explotan en todos los sentidos en que se pueda manifestar la indición de un pueblo robado. Tanto la cara que puso la señora al hacer esa exposición rabiosa y llena de impotencia, como los argumentos que esgrimió,  me dejaron convencido y quedé desarmado, y lo único que se me ocurrió hacer, fue preguntarle: 
_ Mi querida amiga, ¿cuántas personas son las que me dijiste que quieres que se los lleve  Doña Corona, y cuyo nombre artístico me dijiste que era Covid-19?
Ella me miró incrédula, pensando tal vez que yo le iba a seguir insistiendo en mis críticas hacia su posición tan radical hacia sus semejantes, pero ella puso una cara de serenidad, se acomodó en la silla para luego decirme: 
_ No ombe no; no son tantas, comparadas con la gran cantidad que tenemos en el país que se lo merecen; con solo ocho o diez me conformo, y es solo para que el resto sepa que, todo el dinero que se han robado del pueblo, no los salvaría ni de esa doña en estos momentos, ni del pueblo rabioso y robado un poco más adelante; es solo una especie de escarmiento lo que quiero.
_ Pues mira lo que te voy a decir, amiga del alma, yo pienso que esa cantidad es muy poca, ahora soy yo quien no quiere que sean ni ocho ni diez las que se lleve Doña Corona,  yo aspiro a por lo menos, seiscientos, solo para comenzar. Ya somos dos los que queremos eso hoy, pero te aseguro que, la cantidad de personas que quisieran que eso pase ahora mismo, puede que sean  millones, solo  que no sabemos quiénes son porque no se atreven a decirlo.
¡Diablos! -Exclamé sorprendido de mi mismo por esa tan inusual forma de yo pensar,  y con esa expresión todavía dibujada en la cara, me despedí de mi amiga y me largué del lugar, no sea que una de esas paredes estuvieran escuchando ........ ¡Ñángala, fuángala!


(* Uso "...el ama de casa", para evitar la cacofonía; en plural, sí se escribe "las amas de casa")

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