Lo conocí sentado en un banco de metal frente al mar, siempre con un viejo gorro marinero que se veía desteñido por el tiempo; parecía una vieja estampa del pasado. Me enteré tiempo después, que Iba todas las tardes a sentarse al viejo mirador de la playa, casi siempre a la misma hora cuando la pleamar llegaba atronando a rescatar los espacios abandonados. Allí con la vista perdida en la distancia se le oía murmurar muy quedo, después agarraba su armónica y empezaba a tocar canciones llenas de melancolía.
Pasado un tiempo, al dar la vuelta, me paraba, lo saludaba y comenzamos a conversar, supe que tenía muchos años de haber venido de España a la que nunca más volvió, le pesaba el corazón y el alma su ausencia.
_ Tengas el tiempo que tengas fuera de tu tierra, eres de ahí, donde están enterrados tus muertos; nunca dejas de serlo, verás que con el tiempo, más y más añoras el regreso.
_Tengo una curiosidad -Le dije-, ¿qué dice ud tan bajito cuando viene llegando el agua'.
Hace unos días que pasaba y no lo veía; me había acostumbrado a pararme y conversar con él. Hoy le pregunté a un pintor vecino del español en el banco cercano, que repite en el lienzo siempre los mismos paisajes.
_ ¿Qué ha sido del marino, hace días no lo veo?
_ Se fue, lo encontraron dormido en su cuarto; dicen que fue el corazón pero yo sé que fue la nostalgia que le fue secando lentamente las ganas de estar vivo.
_ Así, supe que había muerto, ni siquiera supe su nombre, nunca le pregunté.
Pero sé que Voy a extrañar al viejo marino que nunca navegó, y que sabía con certeza que el mar lo separaba de su historia.
Buen viaje, lobo de mar, que los recuerdos te lleven en la palma de sus manos y te ayuden a encontrar los caminos del regreso.
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