jueves, 12 de septiembre de 2013

ANÉCDOTA EN LA RUTA

Por Henry Osvaldo Tejeda


Como ya les he dicho, mi trabajo me exige estar constantemente en la carretera trasladándome de pueblo en pueblo, y es tanto el roce con la gente "de todos los calibres" y pintas, que cada día aprendo algo nuevo; me río de chistes y de situaciones jocosas a la vez que conozco gente nueva, en las que puedo ver el rostro de la miseria retratado en sus semblantes y pienso: 

"pobre carne de cañón de cada Mayo de cada cuatro años".

Me dan ganas de hacer tantas cosas que tienen tiempo arremolinadas en mi cerebro, pero que, como la gran mayoría del pueblo, no las puedo hacer porque estoy atrapado como el que más en este fatídico charco de estiércol en el que solo se sienten bien los depredadores de los dineros del pueblo. Pero este no es mi tema ahora.


Como les decía, ando en un trote diario por esas fastidiosas calles y carreteras de este batatal con luz al que llamamos país. Vivo recorriendopor los pasillos de esa gran escuela callejera de donde se sacan los mejores conocimientos, es decir, la universidad de la vida. 

Ahora mismo, si hay algo de gran importancia en la vida del dominicano, es aprender a sobrevivir en esas junglas llamadas "Calles dominicanas" y yo me siento graduado en "calle", pero no me hago ilusiones de creerme un maestro de la calle porque siempre aparece alguien que te puede dar clases de "tigueraje callejero".

Ayer en una farmacia de Caleta, un hombre casi lloraba cuando el farmacéutico le decía el precio de una medicina. Un señor que estaba a mi lado me dijo en voz baja:
_Usted ve señor? En esa no caigo yo, eso da pena y lástima. No señor, en esa no caigo yo.


Yo le pregunté el porqué decía eso, y el tipo me contestó:
_Mire, yo tengo 72 años y cuando me siento muy mal de salud me voy al cementerio y me siento encima de una tumba cualquiera, cosa de que si me muero estar ya en el lugar donde me han de enterrar, pero si pasan las horas y logro mejorarme de los dolores y achaques, me vuelvo pa'mi casa.

_y por qué haría usted eso? -le pregunté-
_ Bueno, porque no voy a hacer rico a ningún pendejo farmacéutico con esas medicinas tan caras. Y créame, ya lo he hecho en dos ocasiones. Voy al cementerio y como no me muero vuelvo pa'mi casa.


No supe ni qué decirle, me miró por unos segundos y se fue cojeando medio y encorvado. Si estuviera escribiendo ahora algo jocoso, yo diría que el hombre caminaba como si le faltara una hoja de muelle. Pero esto es parte de un drama real de la vida de este país.


Para una persona que no puede comprar una receta médica, lo que este señor hace cualquiera dice que está loco, pero no es así porque él ve la situación desde su punto de vista y en realidad para él esa vaina tiene lógica.

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