viernes, 26 de enero de 2018

Vivencias en San José de Ocoa: la rasquiña y el baño de Baygon

Henry Osvaldo Tejeda B.
La rasquiña, cuando es pasajera, la gente hasta la disfruta, pero cuando esta se vuelve recurrente se convierte en una molestia, y hasta hace que a cualquiera pasar una vergüenza. 
Hay gente a quienes no les da vergüenza rascarse en público, no le  importa el área del cuerpo donde se esté rascando, sea en las nalgas, las verijas, por dentro de la bragueta, etc. Pero hay otros que son tan recatados y vergonzosos que, con tal de que lo vean rascándose, se van a un rincón o se ponen detrás de un palo donde nadie los a rascarse las nalgas.
En Ocoa, cuando algún niño o un adolescente se rascaba mucho las nalgas en público era señal de que tenía lombrices u otros bichos. No faltaba quien le dijera: ¡Oye tú, cuando termines, préstame el guayito"! En estos tiempos, ya la gente no tiene vergüenza de rascarse en público, incluso, las mujeres,y si son haitianas, ni se diga, porque estas hasta se cagan en medio de la calle si tienen que hacerlo, ellas se "aplastan, y ya".
https://iliocapozzi.blogspot.com/2018/01/vivencias-en-san-jose-de-ocoa-la.html
Hubo un joven en Ocoa que, se estrenó en los placeres de la carne en Guachupita, nombre este como se llamaba a la zona cabaretera y que estaba en la periferia de la ciudad. Era una especie de hondonada de un par de miles de metros cuadrados, donde había todo un semillero de cabareses, entre los que estaban: el bar de "Barme", el de Torito, y el bar de Diana entre otros. 

Estaba el bar de Libina, pero este estaba en el firme del terreno, antes de bajar a "El Hoyo" como también le llamaban. El cabaret de Libina, era el más decente de todos los del pueblo, ubicado en los alrededores de la gallera donde también estaba el cabaret de Dolores Peralta. La juventud ocoeña visitaba el bar de Libina, porque las mujeres tenían fama de ser limpias y se chequeaban todas las semanas en salud pública, además de ser bonitas.


Pues bien, el joven de la historia, a las dos semanas de haberse inaugurado sintió una tremenda comezón entre las verijas, y según me dijo, hasta los pantaloncillos se le tiñeron de negro.
 


Cuando le preguntó a un viejo cabaretero del pueblo, este le dijo que esa comezón era porque tenía ladillas. Él joven le confirmó que se  había acostado con una prostituta. El viejo cabaretero le dijo: _¡Mira muchacho! A mi me han pegado de esos bichos decenas de veces, esos asquerosos animalitos tu los puedes matar echándoles Calomel, que es un polvillo que venden en las farmacias.

Presuroso, nuestro héroe, compró un sobre y se lo puso todo en el área de la comezón pero nada ocurrió, compró otro y tampoco, luego un tercero, y nada. Esto le hizo preocuparse. Pensó: "Qué vaina esta”, Pareciera que el polvo las está alimentando; no se mueren, y la comezón está peor? 
Al ver que no obtenía resultados, se agenció una botellita de Baygon; llenó una bombita de Fly, y se fue para el río, y en un montecito frente al charco La Lisa, puso a un tiguerito a rociarle el fullín y áreas aledañas. Cuando terminó, pensó: "Veremos ahora pa'dónde cogen esa malditas". En una hora, el muchacho quedó "desladillizao".

Sonriente y tranquilo, se fue para su casa, pero el grupito de amigos nos quedamos esperándolo en el banco del parque donde relajábamos todas las noches. No se presentó ni esa noche ni la siguiente, fue cuando alguien nos dijo que hubo que llevar a nuestro héroe "a rompe y cuesco" a una clínica porque se intoxicó con Baygon. _¡Mira Osvaldo, me dijo el informante, ese muchacho se puso moraíto como un caimito, y poco faltó pa'que firmara con los Carmelitas!. (Rompe y cuescos, se dice en Ocoa cuando se hace algo muy a prisa y/o atropelladamente)


El joven, estudiaba en un colegio de los mejores de la capital, y lo más que se tardaba para ir a Ocoa, era apenas unos quince o veinte días pero esta vez duró cuatro meses sin ir al pueblo para enfriarse de la vergüenza que pasó, porque los tígueres" le pegaron el mote de "Baygón".

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