miércoles, 28 de agosto de 2013

CHÁCHARAS: SUEÑOS CON EL AVERNO


Por Henry Osvaldo Tejeda B.

¡Ay caramba, es el colmo! No sé hasta dónde puede alcanzar el poder de la maldición de ese hombre al que se le puede llamar "La Cizaña Humana" por las tantas maldades que ha hecho en su vida. Una vida que ha venido resbalando en los lodos de la política sucia.

¿Será telepatía o algún chip en la cabeza que trajo de fábrica ese hombre, que le da la capacidad de poder controlar a distancia una mente como la mía quien, desde hace rato quería escribir algo sobre él y cada vez que lo intentaba se me complicaban las cosas? Solo así le encuentro explicación al hecho de pasarme tanto rato buscando un lapicero para plasmar un sueño que tuve con él sin encontrar uno.

En mi casa, uno vive tropezando con lapiceros por doquier, y a la hora de escribir lo quiero de ese tipo no aparece uno. Pero llegó la luz y pude encender la PC y así narrarles el sueño aquel. Les cuento.

Me encontraba en un lugar (de visita, quiero aclarar) donde vi miles de personas que deambulaban sin rumbo, en grupos algunas, y solas otras. Era un gran terreno rojo en el que había un gran incendio con llamas de más de mil  grados centígrados; hasta las piedras estaban al rojo vivo.

En un recinto que había dentro del fuego a manera de oficina también prendida en candela, pude ver unas cinco personas reunidas, uno de ellos, quien era el más siniestro y misterioso de todos a quien le vi un rabo, y en la cabeza un par de cachos. Llevaba como armas: un tridente y hasta una guadaña tenía terciada en las espaldas además de una espada en ristre.

El misterioso sujeto lucía alterado y manoteaba el aire como loco. Me acerqué un poco corriendo el riesgo  de morir asado en ese infierno por estar de "averiguao" solo por escuchar lo que allí se decía.

_ Desde el cielo, a mi no pueden estar dándome órdenes, cojollo! Si yo digo que no lo quiero aquí, nadie me puede obligar a recibirlo. -Decía el hombre de los cachos grandes dándose manotazos en el pecho al estilo King Kong-

Pero Don Satán, aquí nunca hemos rechazado a nadie, usted sabe que entre mas malos son los que nos mandan, mas los valoramos aquí. -Dijo un negrito con rabo cachitos y un tridente; también habían seres blanquitos -

_ Eso es cierto carajito, pero ustedes no saben la clase de alimaña es la que me quieren meter a las malas desde el cielo. Ese tipo ha hecho vainas que a mí, que soy el más maldito ser del mundo, ni se me ocurre hacerlas.  -Dijo Don Satán pelando los dientazos de la rabia-

_ En este lugar no hay más Diablo que yo, nadie es más satánico que yo; soy Belcebú y ese jodío Pedro, debe meterse eso en la cabeza que yo soy el chivo que más mea aquí y si alguno de ustedes recibe a alguien que le venga con el cuento de que ha pasado por un "círculo de estudios" de algún partido político, se las va a ver conmigo. -Siguió diciendo el misterioso sujeto, para continuar-

"Aunque aquí todos somos unos hijo'e puta, por lo menos no somos ladrones tan vulgares, aquí nos respetamos. Si no tienen dónde enviar a tantos desgraciados, que los dejen en un limbo por allá por el mundo de las almas errantes pero que aquí no me los manden".
Luego de esto, Don Satán se largó sin dejar de echar un par de "San Antonios", uno que otro "ajos" y diciendo una retahíla de "pestes".

Quedé en Babia, no entendí nada, por lo que esperé que alguno de los que quedaron en "la oficina' saliera para preguntarle sobre el encojonamiento del que ellos llamaban Don Satán. Esperé un rato hasta que al fin salio uno, cuando le pregunté me dijo:

_ Es que hay un azaroso que ni siquiera se ha muerto todavía, y que ya está haciendo gestiones para que lo manden para el infierno dizque porque no soporta a la gente de bien y ahora se está valiendo del poder que se ganó en muchas campañas políticas con su venenosa lengua y su negro corazón, pero Don Satanás, que lo conoce porque han hecho "trabajos" juntos, no lo quiere ver ni cerca de aquí. Me pareció que Don Satán tiene miedo de que ese tipo le dé un golpe de estado.

En este punto desperté y solo atiné a decir en voz baja:
¡Carajo, ni en el infierno quieren a Vincho!

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