viernes, 23 de septiembre de 2016

Vivencias en La Romana: EL hombre vibrador

El autor
Por Henry Osvaldo Tejeda Báez

Hace días estaba yo en la fila de un banco comercial de La Romana, para hacer efectivo un cheque; la cajera que me tocó me dijo que me sentara un rato, en lo que ella llamaba al girador para que autorice el pago del mismo.

La silla en la que me senté, es de esas que viene pegada con otras dos, tres, o más, dependiendo del largo que el comprador quiera para la sala. Al no tener un audífono coloqué mi "Guaya-hielo" lo más cerca posible de mi oreja derecha con el fin de matar el tiempo haciendo algo.

Esas esperas en los bancos, y mucho más cuando de vez en cuando aparece un italiano de esos que hieden a cebolla podrida. ¡Imagínese usted, uno encerrado en ese salón "dándole nariz al descuido de un pendejo extranjero! Y eso, que no mencioné otro tipo de extranjero vecino nuestro, ahí si es verdad que a la puerca, se le vuelve el rabo un barbiquín. 

En realidad, las esperas son tediosas, pero yo con mi "guaya-hielo timbí (lleno, saturado) de música buena, provecharía el rato de la espera para escuchar parte del concierto musical realizado en el Acrópolis de Atenas por la orquesta del maestro Yanni, pero al cabo de un rato la música empezó a sonarme desagradable y rara.

Los instrumentos vibraban como si todos estuvieran en un trino constante, hasta la batería de la orquesta sonaba como si tuviera un vibrador, o como si hubiera frecuentes temblorcitos de tierra. 

Escuché un "sólo" de violín que acostumbro oír, pero esta vez el sonido me estaba dando la impresión de que salía de ultratumba porque parecía como que el instrumento tenía las cuerdas destempladas y/o desafinadas.

Mientras escuchaba ese concierto de música en "vibrato", me fue dando un sopor tal que, de vez en cuando daba unos cabezazos, se me desgonzaba la "quijá" (área de la mandíbula) y chocaba de golpe con la parte alta del pecho, eso me ocurre mucho porque tengo muy buenas bisagras en la nuca y en la golilla, es decir, debajo del cocote; esos goznes no se ponen viejo.

Bueno, el hecho es que yo me estaba durmiendo, esa música con todos esos defectos convenció a Morfeo, y este, que no sale de una resaca, se las pasaba cabeceando en ese atractivo sopor. Hay gente que duerme "rendío" en esas salas de espera.

Y así, entre sopor y cabezazos fue pasando el tiempo, hasta que escuché una tos. Sobresaltado, apagué el sonido del celular pero las vibraciones siguieron aunque ya sin música. 

Cuando miré hacia mi izquierda, vi a un señor sentado en la silla de al lado lo más quitado de bulla, pero meneando el pie derecho lo  de manera nerviosa, y con esos movimientos hacía vibrar todas las demás sillas, con la agravante de que me estaba poniendo a dormir a mí. He ahí el motivo de que mi música vibrara tanto.

Cogiéndolo por el lado amable y con todo el respeto, le dije:
_Señor, tenga la amabilidad de apoyar bien esa pierna en el piso, porque me está zarandeando usted todo el cuerpo, basta con que usted apoye el calcañal en el piso y enseguida se le quita la tembladera. 

El señor sorprendido dijo:
_ ¿Cómo que le está molestando, si usted está sentado en una silla y yo en otra? 
_Si, estoy en otra silla -Le contesté, fíjese usted que estas sillas están todas unidas por una barra de metal en el centro.
_Ah, si ombe, no me había fijado, estas sillas las amarran como a las recuas de mulos de los campos, para que ninguna pueda salirse del camino. 
_ ¡Perdone usted!, me contestó él muy amablemente, y tranquilizó la pierna.


Como la cajera aún no me llamaba, decidí seguir oyendo mi concierto de Yanni.Pero no había empezado bien a sonar la orquesta, cuando comenzaron de nuevo los violines con sus malditas notas de ultratumba.

Esas notas, ya se me parecían a esos gritos de las películas salidos del averno, al que los directores de cine acompañan de una neblina tenebrosa. ¡Malditos violines, ya los odio tanto como a la pata de este tipo, no soporto este tembleque!

Miré de nuevo al señor a los ojos, y cuando le iba a decir "dos vainas", se oyó la voz de la cajera:
_Henry Osvaldo Tejeda, ¡venga usted por favor!

¡Uf, por fin! Cogí el dinero y cuando me iba del lugar, le eché una mirada al nervioso señor que, si él sabe leer bien cuando a uno lo quieren matar con una mirada, se habrá dado cuenta de que le dije: 
¡Amárrese la pata esa de la silla, cabrón!
¡Me largué!

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