sábado, 24 de diciembre de 2011

CHÁCHARAS: EL HOMBRE VIBRADOR

Por Henry Osvaldo Tejeda Báez

Hace días estaba yo, en un banco comercial de esta ciudad para cambiar un cheque; la cajera que me tocó me dijo, que me sentara un rato en lo que ella llamaba al girador para que le autorice el pago del mismo.

La silla en la que me senté, es de esas que viene pegada con otras dos o tres más. Al no tener un audífono, saqué mi "Guaya-hielo" y me lo puse lo más cerca posible de mi oreja derecha con el fin de aprovechar el momento para escuchar de manera discreta, parte de un concierto de música instrumental de Paúl Mauriat, pero al cabo de un rato, la música empezó a sonar raro.

Los instrumentos vibraban como si todos estuvieran en un trino constante, hasta la batería de la orquesta sonaba como si tuviera un vibrador, pareciera que hubiera un temblor de tierra. Escuché un "sólo" de violín, que siempre acostumbro oír, pero esta vez, el sonido me estaba dando la impresión de que salía de ultratumba porque parecía como que tenía las cuerdas destempladas y/o, desafinadas.

Mientras escuchaba ese concierto de música en "vibrato", me fue dando un sopor tal, que de vez en cuando daba unos cabezazos; me estaba durmiendo. Pensé que la música con todos esos defectos, me estaba haciendo dormir.
Así, entre sopor y cabezazos fue pasando el tiempo, hasta que escuché una tos.
Sobresaltado, apagué el sonido del celular, pero las vibraciones siguieron aunque ya sin música. Cuando miré hacia mi izquierda, vi a un señor sentado en la silla de al lado lo más quitado de bulla, pero el pie derecho lo meneaba de manera nerviosa y con esos movimientos, hacía vibrar todas las demás sillas y hasta me estaba poniendo a dormir a mi. He ahí el motivo de que mi música vibrara tanto.

Le dije: _Señor, tenga la amabilidad de apoyar bien esa pierna en el piso, porque me está zarandeando usted todo el cuerpo.
Pero, ¿Cómo que le está molestando, si usted está sentado en una silla y yo en otra? -me dijo-.
_Si, estoy en otra, pero fíjese que estas sillas están todas unidas por una barra de metal, le contesté.
_Ah, si, perdone usted, me contestó muy amablemente y tranquilizó la pierna.
Como la cajera aún no me llamaba, decidí seguir oyendo mi concierto de Paúl Mauriat. Pero no había empezado bien a sonar, cuando comenzaron de nuevo los violines con sus malditas notas de ultratumba.

Miré de nuevo al señor a los ojos, y cuando le iba a decir "dos vainas", se oyó la voz de la cajera:
_Henry Osvaldo Tejeda, ¡venga usted por favor!


¡Uffffff, por fin! Cogí el dinero y cuando me iba del lugar, le eché una mirada al nervioso señor que, si él sabe leer las, se habrá dado cuenta de que le dije: ¡Amárrese la pata esa de la silla, molestoso!
¡Me largué!

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