lunes, 28 de diciembre de 2015

VIVENCIAS EN SAN JOSÉ DE OCOA: RUMBO AL SALTO DE PARRA

Por Henry Osvaldo Tejeda
Si tuviera en cheles  (Chele: un centavo de peso; 100 cheles, equivalen a un peso dominicano) las veces que me zambullí en ese charco de frías aguas, hoy fuera rico. ¡Ay, mí querido Salto ‘e Parra, carajo!

Cacao Santana y yo, acompañados de dos o tres traviesos adolescentes del barrio, decidíamos en cualquier momento ir a bañarnos al Salto de Parra.
Guanábanas
La idea era, aparte de irnos a bañar, ir maroteando en el trayecto de unos tres, cuatro, o más kilómetros (En lugar de marotear, en Ocoa decíamos mamonear, no importanto si lo que buscáramos fuera: mangos, guanábanas, cajuiles, caimitos, etc.).
Mamones

Primero bajábamos la cuesta de Los Lara, que era una de las rutas, cruzábamos el Río Ocoa, pasábamos el Arroyo Parra, nos internábamos hacia arriba, y en una bifurcación del camino en plena subida, nos desviábamos hacia la izquierda; el camino hacia la derecha conduce a la comunidad de Parra.


Tirapiedra común
Subíamos unos cien o doscientos metros, y llegábamos a lo llano, aquí aprovechábamos para cortar horquetas de un arbusto llamado Palo de Leche,  por ser éste muy resistente a las gomas, liviano y muy duradero.
Horqueta de Palo de Leche


Cerca de esas matas de Palo ‘e Leche habían unas cuantas matas de Caimitos de los pequeños, pero tan dulces como las ciruelas pasas de navidad, pero con mucho mejor sabor y con el atributo de que no empalagan ni dan diarrea, como las "Ciruela Pasas" extranjeras.


Caimitos
Lo único que no me gustaba del Caimito, era que se me ponían  los labios morados, y la mancha de la pulpa se adhiere a los labios  y es muy difícil de quitar por lo hay que lavarse con mucha agua para quitarla o diluir un poco de el color y la sarruma de pulpa, pero como chicos de pueblo, ligados a la naturaleza, teníamos el "antídoto" para ese inconveniente. 

La solución estaba en la misma hoja de la mata de caimito, nos las frotábamos en los labios, y desaparecía la mancha morada; ¡santo remedio!

Debo meter esta cuñita, con el permiso de mis lectores. Ahora tenemos una macha morada, pero esta mancha no es de la resina de un árbol o de la pulpa de una fruta, esta es una mancha de oprobio, una mancha maldita y diabólica, tan difícil de quitar, como una condena por ladrón.

Esta mancha morada, no se quita con agua (Bueno, solo si los ahogamos a todos, pero eso es imposible), pero a estos "morados" a los que me refiero, tendremos que quitárnoslos con otros métodos.
La Loma del Rancho, la más alta de Ocoa
Eso es lo que se llama vivir palmo a palmo la vida silvestre, donde no hay zancadillas, alejado del infernal mundo de los que saben demasiado, de las grandes fábricas que envenenan el ambiente, y qué bueno es, ser de un pueblo como San José de Ocoa donde al inicio o en el final de cada calle del pueblito, te encuentras de repente con una gran montaña. 
Al final de la calle San José, se yergue una
 una gran montaña 

¡Carajo, que niñez tan inocente y feliz, qué adolescencia tan sana, ignorante de que los políticos existían y que eran tan malos; niñez y adolescencia tan sana y sin vicios. ¡Ay, quién pudiera volver a su niñez! Si lo descrito antes no es un privilegio del que nos dotó la naturaleza a los ocoeños, no sé qué otra cosa podría ser. ¡Fuimos privilegiados!

Pensar que con una simple hoja de Caimito, nos quitábamos el color morado (Morado dulce) de los labios, y que hoy no podemos borrar ese mismo color (Morado amargo) del ambiente, ni  frotándonos el cuerpo con los mejores detergentes morales, me siento ser un infeliz al que le han robado el pasado, el presente y hasta el futuro, que soy un nadie en mi propio país, un mojón, miembro de una recua de acémilas que es llevada a “rompe y cuesco” (atropelladamente) y a latigazos limpios, hacia un lugar que sólo conoce el dueño de la recua y del oprobioso color morado.

Sigue la travesía, ya estamos llegando.
Luego de comer cada uno unas cuantas docenas de Caimitos, caminábamos unos 500 metros más y llegábamos a la puerta de palo y alambres que era la entrada a la "cerca" donde se encontraba el famoso salto de agua.

 Aprovechábamos la cercanía de unas grandes y frondosas matas de Mango, les caíamos a pedradas para tumbar algunos, pero lo hacíamos sin mucho afán porque el motivo del viaje  era el baño y ya estábamos a solo unos cuantos metros.


Aprovechábamos también, una que otra mata de guanábanas que aparecíera en  el camino, o una Mamón, a la que les "atentábamos" los frutos (acción que se hace con los aguacates, para saber si están maduros), los maduros los comíamos y los demás, los dejábamos a ver si teníamos la suerte de poder comerlos en un próximo viaje, pero cuando sentíamos que algunos estaban a punto de madurar, nos los llevábamos para que maduraran en nuestras casas. 
El Salto de Parra

Ciento cincuenta metros más y... ¡El Salto de Parra!! Pero cuando veníamos a llegar al baño, nos habíamos despojado de casi toda la ropa y......Chumblúmmmm!!! ¡Plás! Eran los clavados, nos lanzábamos desde la piedra por la que llega el agua y que cae como cascada en el charco. Nos pasábamos horas muertas metidos en ese charco.

Si queríamos curiosear, nos íbamos a unos 300 metros más al norte del salto, donde había una tenebrosa posa de agua tranquila, llamada El Charco del  Muerto (Se ahogó alguien ahí, y dicen que en el fondo tiene un limo ligado con lodo que te puede atrapar si llegas hasta el fondo. Nunca me aventuré a lanzarme a ese charco, aún siendo uno de los mejores y mas osados nadadores del grupo.

Antes de llegar a ese remanso, estaba el Charco e’ las Narices: Si deseábamos seguir hacia el norte y seguir subiendo a curiosear, se nos volvía imposible porque el trayecto se iba haciendo más espeso, escabroso, tupido y mucho más incómodo, pues, de ahí en adelante, el relieve del terreno es mucho más accidentado. 

Por esa senda, llegué a ver matas de Bambú, algo muy raro en Ocoa, fue el único lugar de Ocoa en que vi ese tipo de mata.

Resumen: Por dondequiera que usted mire a San José de Ocoa, todo le dará paraíso, que no le quepa dudas. ¡Vaya y compruébelo, intérnese en la cordillera Central, y esa será la mejor experiencia de su vida!


1 comentario:

  1. Muy buen artículo, lo felicito..Lamentablemente a tan hermoso lugar no lo an protegido..Ya no fluye la misma agua incluso la última vez que fui no había ni una gota de agua en la cascada de la cueva de los indios..Es una falta de responsabilidad a una joya de la provincia por parte de todos empezando con las autoridades, los agricultores y nosotros por no importarnos...Pienso que toda via hay tiempo para rescatar esta potencia ecoturistica pero hay que actuar ahora...

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