martes, 1 de marzo de 2011

CHACHARAS DE MOSQUITOS

Por Henry Osvaldo Tejeda
  
Cuando llegué a La Romana, fue a una pensión en el sector de Papagayo, pero a los pocos meses, me mudé en un segundo piso de los condominios del Invi. Llegué sin mi familia a este pueblo, a la sazón, constaba de cuatro miembros incluyéndome yo. Estoy hablando del año 1989.

Al ser un apartamento ubicado en una segunda planta, mis dos pequeñas hijas (Henya y Nathalie) tenían dificultad para jugar en el parqueo (no tenia un patio propiamente dicho) no porque hubiera peligro en hacerlo, sino, por el celo nuestro con esas dos  inocentes criaturas tan bellas y juguetonas. En eso estaban teniendo problemas, no le autorizábamos frecuentemente que bajaran a corretear y brincar, como hacen todos los niños.

Comprendiendo que no jugar es algo inherente a los niños, y que no podíamos tenerlas encerradas en el apartamento, me hice mas flexible con sus solicitudes de bajar a jugar. En el INVI, habían mas mosquitos que en cualquier pantano, incluso, mas que en cualquier letrina vieja o que, en cualquier sanitario de estación de gasolina, porque lo que yo me pasaba horas muertas tirando galletas y pescozones al aire, con tal de matar a esos malditos zancudos.
A cada área de la casa donde habían muchos mosquitos, yo les tenía su nombre, por tal razón, le decía a cada rato a mi esposa:
_Yara, voy de caza para el Senado y para Cámara de  Diputados".

Ella sabía enseguida que me dirigía a un rincón al que yo le llamaba así, porque allí era que mas "chupasangre" habían.
Me pasaba el los días echándole maldiciones a esos insectos. Se podía notar en mi cara el rastro de los pescozones que me propinaba yo mismo; era doloroso pero, con tal de matar a los malditos bichos,  no me importaba. Yo parecía un loco tirando trompadas y galletadas al aire, mientras voceaba unos disparates feísimos.
Había un área donde los mosquitos no eran tantos pero, ¡coño! cuánto molestaban esos bichos del carajo. Cuando yo le decía que iba para el Palacio Nacional, ella me decía: _AY, que bueno, ojalá pudieras acabar con esos malditos animales tan molestosos. Ella sabía el área a l a que yo le llamaba Palacio Nacional. Y así, cada rincón de la casa tenía su nombre. Había un rinconcito que le llamábamos el cuartel policial, pero no seguiré dando mas detalles, lo dejaré de ese tamaño.
Un día me dicen mis hijas, que quieren bajar a jugar al parqueo, yo accedí pero vi  una manera de sacarle provecho a la solicitud. Le dije que las dejaría bajar, con la condición de que cada una de ella asesinara por lo menos, 20 mosquitos. Aceptaron, pero de mala gana, dejándome caer esta preguntita: _¿Y desde cuándo tienen los niños que trabajar para poder jugar? Les expliqué que era solo una colaboración suya para acabar con esa maldita plaga de políticos, perdón, quise decir, mosquitos.
Al rato, se aparecieron con la cantidad convenida de mosquitos muertos en el trato, solo que algunos estaban partidos en dos, es decir, me estaban haciendo trampas porque para duplicar la cantidad, "mocharon" cuidadosamente algunos zancudos por la mitad; me hice "el chivo loco" y les dí el permiso.
A los dos días volvieron con la misma solicitud, pero esta vez, para cobrarme el fraude que me hicieron les dije que para dejarlas jugar cada una tenía que matar cuarenta mosquitos. La protesta no se hizo esperar; me dijeron que yo estaba abusando de ellas, y que yo no estaba siendo buen papá, incluso, amenazaron con no hablarme en la noche. Ahí mismo me dí cuenta de que esas niñas, salieron "rosca izquierda", igualitas a  su "Pai".
Les dije que eso no era una democracia, que en mi casa yo era el que ponía las reglas.
Se fueron a dialogar al balcón, luego regresaron medio sonreídas; sospeché que algo estaban tramando pero, para mi sorpresa solo se limitaron a decir que aceptaban el trato.
Pero no pasaron cinco minutos, cuando ya estaban de vuelta con un papel de periódico lleno de mosquitos; habían mas de cien.

_¿Quieres que los contemos papi? -me dijo Nathalie-
_No, no lo creo necesario, aquí hay mas de lo acordado.
Riendo a carcajadas, se fueron a jugar pero yo sabía que algo no estaba bien, porque en tan poco tiempo nadie mata mas de cien mosquitos a "gasnatá" limpia (léase, "a galletas limpias"), por eso, decidí averiguar. No me tomó mucho tiempo, porque descubrí un frasco de Baygón en la Cámara de Diputados.
Henya propuso la idea y Nathalie la secundó al instante. Rociaron Baygón que la mitad era mucha. Esas son mis hijas, carajo, fue lo único que orgullosamente pensé.

Se publicó originalmente en www.elpidiotolentinosinlimites.blogspot.com



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